viernes, 23 de julio de 2010

Para mi podófoba amante de las orejas

Estaba preciosa, hasta el límite mismo de la irrealidad. Su belleza era superior a cuanto me había sido dado a contemplar anteriormente ni había alcanzado jamás a imaginar. Era tan expansiva como la energía misma del cosmos, pero al mismo tiempo estaba tan contraída como si habitara en un glaciar. Resultaba excesiva, hasta rozar el umbral del orgullo, aunque al mismo tiempo sus proporciones eran armoniosas. Desbordaba, en fin, cuanto mi mente me ofreciera como concebible. Ella y sus orejas eran un todo, eran como un inefable rayo de luz que se deslizara cadencioso por la pendiente del tiempo.

Varios de los clientes del restaurante se volvieron hacia nosotros, y fijaron sus ojos en ella, sin ningún recato. Un camarero, que había acudido para servir mas café, no acertaba a verterlo en las tazas. Todo el mundo se quedo con la boca abierta. Únicamente los carretes del magnetófono seguían girando sin prisas desde la consola del equipo estereofónico.



Haruki Murakami


La caza del carnero salvaje

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