lunes, 28 de junio de 2010

No Barriers

Tiempo.
Espacio.

Magnitudes omnipresentes y opresoras que buscan siempre interponerse en mi camino. No puedo evitar envejecer. No puedo atravesar una pared. ¿No puedo?

¿O no debo?

Lo siento mucho por aquel ser supremo que estableció esas jodidas barreras, pero mi jodida terquedad me impide respetarlas. No hay muro que no pueda atravesar a cabezazos si es necesario, y no hay ni habrá nadie que me diga cuánto tiempo puedo tardar en hacerlo. Mis barreras dependen de mí. Están en mí. No existe una barrera fija que no pueda atravesar mientras mi desquiciada cabeza le diga a mi cuerpo que puedo hacerlo. No hay sitio al que no se pueda llegar con fuerza de voluntad. Y siempre puedo hacerlo más rápido que la última vez. Fuera cansancio. Fuera vergüenza. Fuera dudas. Fuera pereza. Fuera probabilidad o lo posible e imposible. Fuera lo que los demás piensan. Fuera todo menos tú y yo, seas quién o lo que seas. Mi universo en ese momento se reduce a nuestra mera existencia. Y pasaré sobre ti sin importar el precio. Mi puto espíritu aplastará todo cuanto interpongas entre mi objetivo y yo. No hay nada más que me importe llegados a este punto. Mi cuerpo arde envuelto en la llama de la pasión que se desborda por cada uno de los poros de mi piel. Mis ojos están cegados por todo lo que el otro lado me ofrece. No eres nada. No significas nada. Sólo eres algo que debo destrozar si quiero seguir adelante. No es nada personal. Pero ten por seguro que yo voy a llegar al otro lado. No lo dudes ni por una milésima de tu preciado tiempo.

sábado, 19 de junio de 2010

Aquello que hay tras el viento

Tercera marcha.

Octavo piñón.

Imprimo toda la fuerza que queda en mí en los pequeños pedales sobre los que se apoyan mis pies. Voy cuesta abajo y continúo pedaleando cada vez con mayor intensidad. La gravedad terrestre no ejerce suficiente fuerza sobre el cuerpo que formamos mi vehículo y yo. No es suficiente. El viento me golpea de frente ondulando mi ropa, intentando frenar mi irremediable caída, pero yo no quiero luchar contra esa caída. Quiero afrontar el golpe por mí mismo. Quiero superar la barrera que forma ese viento. ¿Qué es lo que con tanto afán protege?¿Por qué no me deja llegar hasta más allá?¿Quién es aquel que define lo que es traspasable y lo que no lo es? Mi pequeña mente de quinceañero no ha conseguido aún respuestas a esto. Pero mientras siga teniendo mis dudas, seguiré pedaleando.

miércoles, 2 de junio de 2010

N - Cap. 5: Sparring

Maldito capullo. He tenido que manchar mi hoja dos veces esta noche a cambio de nada. Y todo por ese inútil de Pierce, que me busca la clientela en los peores tugurios. ¿Cómo alguien que no puede ni pagarse una copa va a poder permitirse pagar servicios como los míos? Tengo que empezar a cobrar por adelantado. Si no, la pobre Noirette no va a tener qué comer. Y ya la he notado algo callada estas últimas semanas. Supongo que ya le está llegando la hora...
Pff... Tengo que enfundar esto en algo seco, antes de que la sangre corroa el acero. Esos inútiles sangraron como cerdos. Al menos no tocaron mi ropa. Lavarla me daría demasiada pereza. Agh. Qué asco de noche. No me apetece hacer nada, aunque tampoco tengo dinero. En esta ciudad no hay nada divertido para la gente que no permanece idiotizada por el gobierno.

¡Oh! Ahí se mueve algo. Esos chicos parecen estar cargando algo importante en ese camión. Echar un ojo no hará ningún daño.

(...)

- Venga, Tom. Esa es la última caja. Una vez subida nos marcharemos de aquí rápido.

- Ya lo sé. No hace falta que lo repitas tantas veces. Pareces más asustado que yo.

- ¿Asustado yo? Vamos, ¿por quién me tomas? Sólo por que los otros inútiles se hayan tropezado con un maníaco armado, no voy a ponerme nervioso. Un niño con un cuchillo no va a hacer frente a estos juguetitos - replicó el aludido acariciando una de las cajas-. ¿No crees Tom?¿Tom?

Pero su compinche se encontraba en ese momento ocupado por la carencia de su mitad superior. Tomado por el pánico, el trabajador que seguía con vida se atrincheró detrás del montón de cajas y procedió, temblando, a abrir una.

- ¿Juguetes?- preguntó, inquisitiva, una voz que se perdía entre las sombras-. ¡Me gusta jugar! Dime, ¿tú cómo juegas a esto? Mis normas son muy fáciles. Tanto, que hasta un mandado como tú podrá entenderlas. Quien no muere, gana. Y no hay opción de empate.

El histérico trabajador empezó entonces a aullar de miedo mientras descargaba las 400 cargas del juguete que tomó de la caja contra todo objeto en movimiento de la ensangrentada estancia.

- GAME OVER. Es una pena que no vayas a poder practicar más.

Totalmente aterrorizado, dirigió sus desorbitados ojos a la derecha. Allí encontró a un joven enfundado en unas apretadas prendas apoyado contra la pared en una posición de lo más relajada. Muy lentamente, el esbirro se encogió, en busca de una nueva arma. Y la imagen de su mano intentando alcanzar su improbable salvación fue lo último que se grabó en la memoria de una cabeza sin dueño.

(...)

Qué aburrida es esta gente. No tienen nada en esta miserable vida, y por eso los peces gordos se aprovechan de su inocencia. Ni familia. Ni estudios. Y lo peor es que la sociedad les provee esta mano de obra barata día tras día, por lo que nadie echará de menos a estos dos gandules. Mm... Genex Corp... Creo que ya me he cruzado con estos tipos otras veces. No se puede resaltar su lucidez, precisamente. Y tampoco se puede considerar que sea una empresa que provee amor y felicidad por el mundo. Estos cacharros son capaces de fulminar una manada de elefantes con un sólo cargador. Aunque no es lo peor que les he pillado...
Bueno. Estos no son asuntos de mi incumbencia. Que el mundo se destruya a sí mismo; a mí no me concierne. Lo importante es que se me ha pasado el cabreo con un poco de acción. Mañana será otro día.

- ¡Hey "N"! - gritó una voz-. ¿Cómo te va?

- ¿Qué coño haces aquí, Jack? -respondió mosqueado el aludido-.

martes, 1 de junio de 2010

N - Cap. 4: Black Feather

- Sigo pensando que ese idiota corrupto no es el mejor candidato a la alcaldía.

La conversación se veía apagada por el intenso ruido del local. Valentines vociferaba con el atento barman sobre las próximas elecciones, un tema que no llegaba a interesarle del todo. Mantenía la conversación buscando pasar el rato mientras esperaba a su socio.

- Es verdad que prometió una bajada de impuestos considerable – prosiguió –, pero esa oferta sólo beneficia a las clases altas. Lo que esta ciudad lleva años necesitando son más puestos de trabajo. La práctica de la limosna se masifica en las calles y esto sin contar a aquellos cuyo orgullo les impide mostrar su miseria.

- ¿Es que acaso los otros candidatos dan mejores opciones? – replicó el barman – Si has de comer basura, come la que tenga menos moscas.

La discusión se prolongaba mientras el tiempo permanecía estático en el “Black Feather”. Las palabras se entremezclaban formando el ambiente que caracterizaba el lugar. La clientela era variada, pese a ser el local predilecto de los suburbios de la ciudad. Se podían adivinar entre los parroquianos a abogados sin clientes, médicos de título, vagabundos estirando sus ganancias del día, oficinistas buscando liberarse de su rutina, amantes de pago, escritores frustrados e incluso a alguna vieja gloria de la política. La decoración era escasa y se distribuía por las negras paredes tapizadas que evocaban el nombre del lugar. Todo fluía en el “Black Feather”. Todo, menos el señor Valentines, que ocupaba su asiento de honor todas las noches a la misma hora. El cliente predilecto pedía su habitual Bloody Mary, que estiraba a lo largo de toda la noche mientras mantenía triviales conversaciones con la diversa clientela y frecuentemente con el barman.

Las horas pasaban mientras el carismático parroquiano mantenía su socarrona sonrisa, que despertaba la curiosidad de alguna joven del lugar. Era alto y delgado, de ojos oscuros y maliciosos, ademanes finos y retocados, y manos firmes cuando hablaba. Vestía unas botas viejas, un pantalón vaquero roído, una camiseta cuyo estampado se había desvanecido hacía tiempo, un enorme abrigo que lo cubría hasta la altura de los gemelos y un sombrero de ala ancha, que mantenía con ayuda del flequillo su ojo derecho en las sombras. Enfundaba siempre la diestra en un monocromo guante negro, que junto con su invisible ojo daba lugar a toda serie de rumores e historias por entre los que frecuentaban el local.

Estaba a punto de terminar su copa y dejar el lugar, cuando una apresurada figura cruzó sus puertas para mostrar bajo la luz de neón un desconfiado individuo flacucho, trajeado y con gafas. Su atenta mirada barrió toda la extensión que lo rodeaba hasta cruzarse con la mirada del solitario Valentines. Sin descuidar que alguno de los elementos que se balanceaban por la estancia osara manchar su impoluto traje, tomó asiento a la par del hombre del sombrero.

- Ejem… - carraspeó notablemente -. ¿Es usted, por casualidad, Mr. Jack Valentines?
- Esta noche puede llamarme así – contestó sonriendo el aludido-.
- Vengo en calidad de intermediario del cliente con el que usted concertó una cita, esta noche, aquí.
- El señor J.M., creo recordar.
- Sí. De acuerdo con mis informes esas fueron las reseñas que le fueron dadas. El señor J.M. ha estado sufriendo una diminuta molestia que no ha hecho más que molestarle durante bastante tiempo.
- Entiendo.
- Pues verá. Esta molestia de la que hablamos de pronto ha aguijoneado a mi jefe con contundencia, des apaciguándolo notablemente, hasta el punto de decidir molestarse en eliminarlo.
- El señor J.M. debe ser un hombre importante y atareado.
- Más de lo que pueda imaginar. El caso es que sus medios han resultado ineficaces para extirpar este tumor, por lo que nos hemos visto obligados a recurrir a otro tipo de profesionales.
- Ahí es donde entro yo, supongo.
- Supone bien, querido amigo. Tenemos grandes expectativas en su reputación por este submundo en el que vive.
- Bueno. Con los años una va adquiriendo su fama en este mundillo.
- Eso hemos oído. Bien. Sin más detenimientos le dejo aquí un maletín con todo lo que necesita saber sobre el encargo, que esperamos cumpla satisfactoriamente.
- Ha sido todo un placer. Si algún día decide asomarse por aquí, que sepa que yo estaré para invitarle a un trago.
- Agradezco el ofrecimiento, pero lo veo del todo improbable. Muy buenas noches, Mr. Valentines.
- Igualmente, amigo.

Y con desagrado al imaginar cualquier atisbo de amistad con Jack Valentines, el esbirro desapareció del local tan rápido como se lo permitieron sus afeminados andares.

- He conseguido trabajo, Zeta – anunció al barman-. ¡Invito a una ronda a todos los presentes!

Y entre los vítores de los presentes, pagó su copa, entregó un manojo de billetes a su amigo de la barra y marchó a los lavabos, maletín en mano.

Si la higiene del local rayaba el tercermundismo, en el lavabo se podía encontrar desde condones usados a portales a Narnia. El nuevo empleado de J.M. buscó el lugar más libre de inmundicia para observar el contenido del maletín. Lo primero que encontró en su interior fue un grupito de amigos verdes que viajaron en primera clase a su cartera. “Al menos esta vez pagan bien”, pensó mientras contaba sus ingresos. “La mosquita a eliminar debe ser muy cojonera”. Tras haberse agenciado los papeles de colores, procedió a leer los restantes. “Robo de mercancías… Desaparición de empleados… Insultos, burlas y descalificaciones… Asesinato… Este cabrón es de los míos. Aún no se le ha visto, por lo que no podemos hacer un retrato fiable, pero es obvio que siempre viste de negro. Además usa arma de filo y suele firmar sus trabajos con…”
Valentines detuvo la lectura. Colocó los papeles en el maletín y lo dejó en una esquina de los baños. Encendió un cigarrillo. “¿Qué has hecho esta vez N?”.

Y rompió a reír.













Ríe y el mundo reirá contigo
Llora y llorarás solo

N - Cap. 3

La luna mantiene su posición en el firmamento, observando como transcurre la fría noche en una ciudad sin nombre. El silencio y la tensión se respiran en las calles pese a haber terminado todo. Una figura rompe la uniformidad sombría que envuelve todo signo de civilización, en una ciudad a estas horas muerta. La ciudad no respira. No se mueve. Permanece en una suspensión que sólo el misterioso transeúnte parece disfrutar. Camina sin prisa alguna, pero buscando sentir el viento rozando su cara y revolviendo su pelo. Su mirada está vacía y traga todo cuanto busca observar. Pese a ello, su rostro tiene un aire alegre y marcha silbando un tema que ya hace tiempo olvidó. Sus ropas son ligeras y apretadas, lo necesario para mantener la buena movilidad que necesita. Carga con un alargado bulto a la espalda, cuya envoltura permanece tintada de un rojo carmesí. A su vez, carga un pesado paquete al hombro igualmente cubierto del líquido rojizo y que despide un insoportable olor que al solitario caminante parece no incomodar.

Estaba la noche próxima a terminar y el señor Wilson no lograba soportar la espera. Se preguntaba si había hecho bien en recurrir a algo tan bajo como él había hecho. “Ya no es tiempo de arrepentimientos”, le susurraba una voz en la cabeza, pero esto no hacía sino aumentar su inquietud. La hora señalada hacía tiempo que había sido sobrepasada y la esperanza de haber fallado alimentaba la poca bondad que ya quedaba en él. La pérdida de su más importante cliente había mermado sus ansias de vivir al haberlo dejado en bancarrota. Comenzó a frecuentar establecimientos de reducida recomendación en busca de aliviar su pérdida, sólo consiguiendo aliviar aún más la carga de sus bolsillos. Y sólo dos noches atrás un elegante hombre de esmoquin le invitó a una copa como si de un viejo amigo se tratase. Preguntó por sus problemas y Wilson a duras penas logró explicar el motivo de su desgracia. El misterioso “gentleman” no preguntó más y mostró a Wilson una simple tarjeta negra con un teléfono impreso en rojo y cuya única referencia era una llamativa “N”.

N hizo resonar sus pasos para anunciar su llegada. Su máxima era no intercambiar palabras más de lo necesario con sus “estimados” clientes. Su cliente en cuestión parecía algo acalorado y sorprendido de su inminente llegada.

- No era mi intención perturbarle - comenzó dramáticamente -, señor Wilson.

Wilson se sobresaltó aún más al oír la voz de su esperada visita. Pese a ello intentó mantener la compostura hasta que el visitante hubiera marchado.

- No importa - disculpó en un reducido tono de voz -. ¿Completaste el encargo?

“N” soltó el paquete a modo de respuesta. No sin miedo a encontrar lo esperado, Wilson desenvolvió el abultado cuerpo a la altura de lo que dedujo una cabeza. No le hizo falta ver el resto. Se excusó unos segundos para depositar su cena en una esquina del almacén que en su día había constituido su pequeña empresa. “N” alargó el brazo en busca de la paga acordada. Había llegado el momento y Wilson llevaba toda la noche preparándose para esto. Su Colt relució con los alógenos de la reducida estancia. Pero su objetivo dio media vuelta y marchó con la misma tranquilidad con la que había llegado. Wilson no comprendía. Tampoco conseguía disparar el arma. Temblando, bajó el cañón y se sentó en el suelo mientras rompía a carcajadas.

Una mancha roja comenzó a dibujarse en la blanca camisa que el pobre diablo vestía.


La muerte es caprichosa.
Ten cuidado de no ser arrastrado.

N - Cap. 2: Rutina

6:30 A.M. Resuena un sonoro bostezo por toda la estancia. Ah, sí. Soy yo. Debo de haber dormido tres horas a lo sumo. Qué lata. No creo que vuelva a conciliar el sueño. ¡Arriba! Esta habitación está hecha un asco. Bueno, tampoco voy a limpiarla ni nada parecido. Está bien así. Cortinas negras y cochambrosas. Suelo de “parquet”, si se le puede llamar así. Paredes sucias por la humedad. He aquí la comodidad de la clase trabajadora. Se que lo típico sería abrir las ventanas para que el radiante sol de una dulce mañana de primavera bañara mi rostro en busca de un grandioso nuevo día, pero…
Bueno, no me gusta la luz. Las cortinas, persianas y tablas hábilmente clavadas a la pared (con posterior reprobación del vecindario) están bien donde están.

8:30 A.M. No tengo hambre. Todavía no. Lo primero es el trabajo. Abro mi portátil de última generación (no sabía que aún los hubiera con Windows 2000 cuando astutamente me lo encasquetaron) y entro mi cuenta de correo. Deniego por enésima vez la cortesía de Internet Explorer por guardar mi cuenta y contraseña, con la esperanza de que esta vez lo entienda. Borro todos los correos basura dando gracias de no tener contactos que me manden irritantes cadenas de fotos absurdas, perros en llamas y firmas para salvar a los pingüinos argentinos.
Por fin quedo a solas con los correos de mis posibles clientes. Dirijo mi propia empresa en busca de la más simple y útil economía de subsistencia. Soy mi propio jefe y escojo los horarios que más se acomoden a mi ritmo de vida. Esta vez he encontrado uno muy bien pagado y con una fecha de finalización bastante amplia. Bueno, estamos a final de mes, así que pienso que me vendrá bien traer dinero a casa, para variar. Creo que lo voy a acabar hoy.

8:30 P.M. He pasado el día leyendo a Murakami y oyendo Queen simultáneamente. Os recomiendo las dos actividades, pero por separado. Tomarme una aspirina para quitarme el dolor de cabeza no va a ser muy útil, así que voy a coger mis utensilios de trabajo y marchar a terminar el encargo del señor Wilson cuanto antes. Salgo de casa chapurreando como puedo “Made in Heaven”, tema que Queen ha conseguido taladrar en mi cabeza. No logro evitar que una sonrisa cargada de ironía se dibuje en mis labios.


La vida es una mierda.
Después te mueres.

N - Cap. 1

Rayaba la medianoche cuando sintió que alguien o algo andaba en su búsqueda. No fue más que un extraño sexto sentido lo que lo alarmó pues su fatuo perseguidor no realizó ningún sonido audible ni movimiento apreciable a la luz de una sombría noche sin luna. Montblanc empezaba a sentirse nervioso. Acababa de tener una agradable cena con el que a partir de ese día sería el nuevo distribuidor de su empresa y había bebido alguna que otra copa, pero nada tan significativo como para justificar su actual paranoia. Miraba acalorado en una y otra dirección. De pronto, un cubo de basura cayó haciendo un sonoro estruendo. El empresario desenfundo su arma, alarmado. No hacía mucho que la había obtenido debido a problemas personales. No había tenido ocasión de dispararla, pero le hacía sentirse seguro. El estruendo había sido provocado por un inofensivo cuervo sucio y mugriento, seguramente buscando una cena que en mucho distaba de la recién disfrutada por Montblanc. Un aparente alivio cruzó los rasgos del adinerado paranoico, que volvió a guardar el arma en el interior de su chaqueta. De pronto, escuchó unos sonoros pasos que se dirigían en su dirección. Asustado, se precipitó en la otra dirección, pero se encontró con un difícilmente escalable muro. Con las manos temblorosas buscó de nuevo su pistola en la chaqueta. Con la espalda contra la pared, apuntó hacia unas sombras que lo engullían todo. Dejaron de oírse los pasos. Una desoladora calma se hizo con el ambiente inundándolo con su incerteza. A punto del shock, Montblanc no movía ni un solo músculo. Una pluma cayó sobre la cabeza del empresario.

- ¡Boom!- gritó una voz encima de Montblanc-.

Montblanc disparó su arma y un trueno cruzó la calma del lugar. Una blanca mano apartó con suavidad el artífice de tal sonido. Montblanc miró petrificado al propietario de esa mano. Pero en la trayectoria de su mirada se topó con una katana cuya negrura contrastaba en la más absoluta oscuridad.

- Espero que haya disfrutado de la cena, señor- recitó el hombre que se encontraba portando el negro filo-. El señor Wilson, ya sabe, su antiguo socio, le manda recuerdos y muchas felicitaciones por la adquisición de su empresa. Me envía a mí personalmente para que le dé éste otro recado. Adiós.


Y así el aven levantó el vuelo sólo dejando a su paso desolación para unos y dicha para otros. Nadie es perfecto.