martes, 1 de junio de 2010

N - Cap. 1

Rayaba la medianoche cuando sintió que alguien o algo andaba en su búsqueda. No fue más que un extraño sexto sentido lo que lo alarmó pues su fatuo perseguidor no realizó ningún sonido audible ni movimiento apreciable a la luz de una sombría noche sin luna. Montblanc empezaba a sentirse nervioso. Acababa de tener una agradable cena con el que a partir de ese día sería el nuevo distribuidor de su empresa y había bebido alguna que otra copa, pero nada tan significativo como para justificar su actual paranoia. Miraba acalorado en una y otra dirección. De pronto, un cubo de basura cayó haciendo un sonoro estruendo. El empresario desenfundo su arma, alarmado. No hacía mucho que la había obtenido debido a problemas personales. No había tenido ocasión de dispararla, pero le hacía sentirse seguro. El estruendo había sido provocado por un inofensivo cuervo sucio y mugriento, seguramente buscando una cena que en mucho distaba de la recién disfrutada por Montblanc. Un aparente alivio cruzó los rasgos del adinerado paranoico, que volvió a guardar el arma en el interior de su chaqueta. De pronto, escuchó unos sonoros pasos que se dirigían en su dirección. Asustado, se precipitó en la otra dirección, pero se encontró con un difícilmente escalable muro. Con las manos temblorosas buscó de nuevo su pistola en la chaqueta. Con la espalda contra la pared, apuntó hacia unas sombras que lo engullían todo. Dejaron de oírse los pasos. Una desoladora calma se hizo con el ambiente inundándolo con su incerteza. A punto del shock, Montblanc no movía ni un solo músculo. Una pluma cayó sobre la cabeza del empresario.

- ¡Boom!- gritó una voz encima de Montblanc-.

Montblanc disparó su arma y un trueno cruzó la calma del lugar. Una blanca mano apartó con suavidad el artífice de tal sonido. Montblanc miró petrificado al propietario de esa mano. Pero en la trayectoria de su mirada se topó con una katana cuya negrura contrastaba en la más absoluta oscuridad.

- Espero que haya disfrutado de la cena, señor- recitó el hombre que se encontraba portando el negro filo-. El señor Wilson, ya sabe, su antiguo socio, le manda recuerdos y muchas felicitaciones por la adquisición de su empresa. Me envía a mí personalmente para que le dé éste otro recado. Adiós.


Y así el aven levantó el vuelo sólo dejando a su paso desolación para unos y dicha para otros. Nadie es perfecto.

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