martes, 1 de junio de 2010

N - Cap. 3

La luna mantiene su posición en el firmamento, observando como transcurre la fría noche en una ciudad sin nombre. El silencio y la tensión se respiran en las calles pese a haber terminado todo. Una figura rompe la uniformidad sombría que envuelve todo signo de civilización, en una ciudad a estas horas muerta. La ciudad no respira. No se mueve. Permanece en una suspensión que sólo el misterioso transeúnte parece disfrutar. Camina sin prisa alguna, pero buscando sentir el viento rozando su cara y revolviendo su pelo. Su mirada está vacía y traga todo cuanto busca observar. Pese a ello, su rostro tiene un aire alegre y marcha silbando un tema que ya hace tiempo olvidó. Sus ropas son ligeras y apretadas, lo necesario para mantener la buena movilidad que necesita. Carga con un alargado bulto a la espalda, cuya envoltura permanece tintada de un rojo carmesí. A su vez, carga un pesado paquete al hombro igualmente cubierto del líquido rojizo y que despide un insoportable olor que al solitario caminante parece no incomodar.

Estaba la noche próxima a terminar y el señor Wilson no lograba soportar la espera. Se preguntaba si había hecho bien en recurrir a algo tan bajo como él había hecho. “Ya no es tiempo de arrepentimientos”, le susurraba una voz en la cabeza, pero esto no hacía sino aumentar su inquietud. La hora señalada hacía tiempo que había sido sobrepasada y la esperanza de haber fallado alimentaba la poca bondad que ya quedaba en él. La pérdida de su más importante cliente había mermado sus ansias de vivir al haberlo dejado en bancarrota. Comenzó a frecuentar establecimientos de reducida recomendación en busca de aliviar su pérdida, sólo consiguiendo aliviar aún más la carga de sus bolsillos. Y sólo dos noches atrás un elegante hombre de esmoquin le invitó a una copa como si de un viejo amigo se tratase. Preguntó por sus problemas y Wilson a duras penas logró explicar el motivo de su desgracia. El misterioso “gentleman” no preguntó más y mostró a Wilson una simple tarjeta negra con un teléfono impreso en rojo y cuya única referencia era una llamativa “N”.

N hizo resonar sus pasos para anunciar su llegada. Su máxima era no intercambiar palabras más de lo necesario con sus “estimados” clientes. Su cliente en cuestión parecía algo acalorado y sorprendido de su inminente llegada.

- No era mi intención perturbarle - comenzó dramáticamente -, señor Wilson.

Wilson se sobresaltó aún más al oír la voz de su esperada visita. Pese a ello intentó mantener la compostura hasta que el visitante hubiera marchado.

- No importa - disculpó en un reducido tono de voz -. ¿Completaste el encargo?

“N” soltó el paquete a modo de respuesta. No sin miedo a encontrar lo esperado, Wilson desenvolvió el abultado cuerpo a la altura de lo que dedujo una cabeza. No le hizo falta ver el resto. Se excusó unos segundos para depositar su cena en una esquina del almacén que en su día había constituido su pequeña empresa. “N” alargó el brazo en busca de la paga acordada. Había llegado el momento y Wilson llevaba toda la noche preparándose para esto. Su Colt relució con los alógenos de la reducida estancia. Pero su objetivo dio media vuelta y marchó con la misma tranquilidad con la que había llegado. Wilson no comprendía. Tampoco conseguía disparar el arma. Temblando, bajó el cañón y se sentó en el suelo mientras rompía a carcajadas.

Una mancha roja comenzó a dibujarse en la blanca camisa que el pobre diablo vestía.


La muerte es caprichosa.
Ten cuidado de no ser arrastrado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario